martes, 9 de enero de 2007

Solo puede quedar uno

Weiss Van Alsick, EL AZOTE, con su nueva armadura de retribución, contempló la llanura que pronto estaría llena de ruido y furia.
Un zumbido casi imperceptible los había acompañado desde que aterrizaron. El zumbido del desastre, de la disformidad, del caos. Si aquellos xenos habían estado manipulando el Báculo, su tiempo se agotaba. Debían atacar, desencadenar la furia de la expiación y purificar el paneta. Debían recuperar el objeto impío antes de desencadenar el Exterminatus sobre Shiro IV. Los torpedos ciclónicos que tanto agradaban a Weiss estaban preparados, y la batalla también.
Tarsicius, ahora flamante Gran Maestre, alzó su lanza Némesis en una señal inequívoca. Una de las Hermanas de Batalla perteneciente a un batallón recién incorporado sonrió, haciendo crujir sus guantes sobre la empuñadora del bolter. Los intercomunicadores de todo el ejercito crepitaron con la voz del exterminador:

- ¡POR EL EMPERADOR!

Weiss también sonrió bajo su mascara:

"Por mi venganza"

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